HISTORIAS EN EL AULA: Soy y existo, si vos sos y existís.
Por: Mónica Magliano - Escuela Jonás Salk, Col. Playa Grande. Zona Escolar 2351

A veces, las tristezas y dolores del alma, los sueños añorados, las incertidumbres y las certezas, las lágrimas llenas de secretos, se van satisfaciendo, superando, curando, cuando se van percibiendo los sentidos del actuar o accionar en los diferentes ámbitos donde se desempeñan funciones.

Mi función es la de enseñar, la de calmar los dolores del alma, el corazón y la mente de otros más pequeños; el de brindarles las herramientas para que encuentren “sus propios sentidos”, retroalimentándonos para “ser en el estar”, existir con sentido, mientras se vive. Y se van percibiendo señales que nos posicionan como vehículo, herramienta, esperanza, para alguien; como ese ser que todo lo puede, donde los desafíos profesionales se convierten en una “necesidad de”, que va más allá de la demostración de nuestro saber pedagógico, habilitado con el eficiente quehacer.
Se trata de existir para otro, en plena empatía, en lugar de existir para uno, en un egoísmo invisible, en búsqueda de los elogios que eleven nuestra autoestima y vanidades. El “ser” de Luciano es esa señal.

Cuando lo conozco, a comienzos del ciclo lectivo 2015, era un niño con una visible cicatriz en la cabeza, consecuencia de un accidente a los cinco años, al caerse del tractor; lleno de inseguridades, de “no puedo”, de palabras incoherentes, o con ausencias de letras que evitaban el darle sentido a su escritura, de lecturas sin interpretación, con el poder de realizar cálculos matemáticos mentales… Y ésta última no era la única capacidad que reconocía en él; las “carencias” eran todas capacidades para mí, porque era un niño capaz de expresar sus imposibilidades afianzadas, cuando comentaba “no puedo”, o cuando decía “algo así”, al intentar leer una palabra tratando de traducir cuál era; y esa era su gran capacidad, en esa situación planteada,…su capacidad de intentar. De eso se trata el existir, y él existía más que nunca, aunque no lo veía.
Por esa razón, debía transformarme en sus anteojos con aumento, su reflejo, su espejo; porque él debía lograr verse “más grande y con claridad”, ver en mí, su docente, que él sí podía, que estaba “valiendo”, sin que lo percibiera aún.
Y si bien, todas las prioridades pedagógicas son importantes, Mayor confianza en las posibilidades de los estudiantes, es la que me envuelve y embelesa, transformándose en arma mágica y poderosa, para mí y para Luciano; y permite que lo propuesto, en el PNFP y en el Plan de Mejora anual, vaya concretizándose: “Demostrar, a cada estudiante, la importancia que tiene en la actualidad y que tendrá en el futuro como ciudadano, elevando, cada vez más, su autoestima y seguridad, poniéndolo en lugar de privilegio. Esto ayudará a revertir las dificultades que presenten adoptando otra actitud frente al error, sin vivenciar el fracaso, sino que aquél facilitará el camino hacia el éxito, a través de la adquisición de los conocimientos que sean necesarios para mejorar su calidad de vida presente y futura”.
Revalorizando su persona, su ser, su individualidad en ese estar entre otros, con la sencillez de las palabras “¡muy bien!”, “vos podés”, “¿viste que podés?”, etc., exclamaciones, afirmaciones e interrogaciones simples, pero colmadas de un poderío magno, Luciano logró verse, mirarse, quererse, “creerse”; y fue desarrollando, paulatinamente, la independencia en su desempeño áulico y en el hogar, cumpliendo con las actividades propuestas, eficientemente, no solo acrecentando sus ganas de superación, sino logrando la misma. Y comenzó a leer más de corrido, interpretar consignas, escribir sus ideas empleando palabras más completas y fundamentando, oralmente, cuando las palabras se aprisionan en la punta del lápiz sin querer plasmarse en la hoja.
Sencillamente, él puede…. Y cuando él puede, yo puedo; cuando él vive, yo vivo; cuando él manifiesta, con gestos movimientos, su felicidad por poder, yo soy feliz… Cuando él ES y EXISTE yo SOY y EXISTO, porque yo creí en él antes de conocerlo; y creer en él es creer en mí. Y es, en esa simbiosis, donde nuestras (las suyas, las mías) “carencias y cicatrices” del alma, corazón y mente, van satisfaciéndose, completándose, cubriéndose con un manto de amor inconmensurable.

Y mientras escribo, se me escapan las lágrimas porque me siento “perturbada”; mi hija me ve y pregunta “¿Por qué lloras? Y no me digas que te llora el ojo” (la excusa perfecta de tantas veces que me descubre sin poder contener las lágrimas), “¿Es por algo que lees?” Y le respondo: “No, es por lo que estoy escribiendo” Y ella, con plena naturalidad, me dice “Ah…. Estás escribiendo con el corazón”.
Y así, aparece una nueva señal que me regala las palabras finales para este texto… Cuando uno escribe, con el corazón, historias en el aula, las mismas no pueden tener otro final, que no sea un final feliz.